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Mario Vargas Llosa, fallecido a los 89 años de edad
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Mario Vargas Llosa, fallecido a los 89 años de edad (Foto: Pontificia Universidad Católica de Chile)

Humanismo y pantallas: lecciones tecnológicas que nos deja Vargas Llosa

Por Alfonso de Castañeda
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alfondcctelycom4com/8/8/17
martes 15 de abril de 2025, 09:00h

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En un mundo que avanza al vertiginoso ritmo del código binario, detenerse a escuchar a un novelista podría parecer un anacronismo.

Esta semana nos ha dejado uno de los novelistas más reconocidos de la literatura hispana, con decenas de galardones a sus espaldas, incluido el Premio Nobel de Literatura de 2010, Mario Vargas Llosa.

El peruano nunca fue un tecnófobo, pero sí profundamente escéptico ante la idea de que el progreso técnico bastara por sí solo para mejorar la condición humana. A lo largo de su carrera ha dejado advertencias nítidas sobre los peligros de una cultura que privilegia la inmediatez por encima de la profundidad, y la eficiencia por encima del pensamiento crítico.

La literatura como resistencia

“Gracias a la literatura, la conciencia del individuo se despierta, y con ella la rebeldía y el sueño de la libertad”, dijo durante su discusión de aceptación del Nobel el novelista peruano. Y no lo decía por nostalgia, sino porque entendía que la ficción, el relato, el lenguaje cuidadosamente construido, forman parte del tejido que sostiene a una sociedad libre y crítica. En un tiempo donde los algoritmos dictan lo que consumimos y pensamos, su defensa del humanismo se convierte en un acto de resistencia y de rebeldía.

Este no es un asunto menor en la era digital. Plataformas de streaming, redes sociales y más recientemente los asistentes de inteligencia artificial han transformado nuestra relación con la información, el lenguaje y hasta la verdad. En ese contexto, las preguntas que Vargas Llosa dejó flotando siguen vigentes: ¿Qué tipo de ciudadanos genera una cultura dominada por la pantalla? ¿Puede una sociedad mantener su capacidad crítica cuando reduce sus conversaciones públicas a titulares y tuits?

Tecnología y banalización cultural

En varias ocasiones, Vargas Llosa ha alertado sobre la tendencia de la tecnología a empujar la cultura hacia la superficialidad. Lo hizo sin dramatismo, pero con una claridad que incomodaba. En una entrevista en La Vanguardia, en el año 2000, , llegó a decir, que “la tecnología imprime a la literatura una cierta superficialidad”, y mostró su temor de que el libro digital “banalice” el acto de leer del mismo modo en que la televisión lo hizo con la narrativa audiovisual.

No se trataba de despreciar el soporte electrónico, sino de cuestionar los efectos de la velocidad, del consumo fragmentado y de la pérdida de concentración sobre el arte de contar historias. En términos más amplios, señalaba una paradoja: la tecnología, que nos da acceso ilimitado al conocimiento, podría también estar vaciándolo de contenido si no se cultiva la atención y el pensamiento profundo.

El lenguaje reducido: una alarma encendida

“Si la literatura se hace solo para las pantallas se empobrecerá, porque la pantalla hace que pierda profundidad y riesgo”

Uno de los aspectos más polémicos de su pensamiento fue su preocupación por el deterioro del lenguaje. Vargas Llosa observaba con inquietud cómo los jóvenes acortaban palabras, ignoraban normas gramaticales y se comunicaban con emoticonos. Lo calificó de “aterrador” y lo vinculó con una forma empobrecida de pensamiento. En este sentido, aseguraba en la citada entrevista de La Vanguardia que “si la literatura se hace solo para las pantallas se empobrecerá, porque la pantalla hace que pierda profundidad y riesgo”.

“Quien escribe así, piensa como un mono”, aseguraba sin matices en una entrevista con el semanario uruguayo Búsqueda, publicada en 2011. Más allá de la hipérbole, su mensaje apuntaba a una verdad incómoda: el lenguaje es una herramienta de pensamiento, y si se atrofia, también lo hace nuestra capacidad de razonar, debatir y comprender el mundo. En un entorno digital donde reina la economía de atención, esta advertencia tiene más peso del que muchos están dispuestos a concederle.

“El esfuerzo intelectual es cada vez menor, porque hay una tecnología que nos ayuda a renunciar a ese esfuerzo intelectual”, aseguraba en una entrevista con la revista Alejandra de Argos.

Tecnología sin ética: la distopía que ya conocemos

En su ensayo ‘La civilización del espectáculo’, Vargas Llosa critica el reemplazo del conocimiento por el entretenimiento, la desaparición del debate riguroso en favor de la opinión emocional e instantánea. Y si bien este diagnóstico se aplicaba a los medios de comunicación tradicionales, hoy resuena con fuerza en las plataformas digitales.

“Hay un engolosinamiento con la tecnología como panacea para resolverlo todo. Una utopía peligrosa que amenaza la más grande conquista de la humanidad, la libertad”

“Hay un engolosinamiento con la tecnología como panacea para resolverlo todo. Una utopía peligrosa que amenaza la más grande conquista de la humanidad, la libertad”, defendía Vargas Llosa. No es solo una cuestión de gustos culturales; es una advertencia sobre el peligro de ceder las riendas del pensamiento a las máquinas, los algoritmos o las métricas de impacto.

En este punto, Vargas Llosa converge con las inquietudes más contemporáneas de la filosofía tecnológica: ¿qué sucede cuando el desarrollo técnico avanza más rápido que nuestra capacidad de comprender sus implicaciones éticas, políticas y humanas? ¿Quién controla a quién?

Para el Nobel, la literatura no era una forma de evasión, sino de formación. Le preocupaba que en la era de la hiperconexión se perdiera esa capacidad de introspección que sólo la narrativa puede ofrecer. Por eso su defensa de las humanidades es más que un gesto melancólico, sino una apuesta por una tecnología con rostro humano.

En tiempos donde las telecomunicaciones, el big data y la inteligencia artificial reconfiguran los vínculos sociales y la construcción del conocimiento, las lecciones de Vargas Llosa tienen una vigencia sorprendente. Su visión nos invita a no renunciar a la profundidad, a no ceder ante la lógica del clic, a seguir creyendo que hay un valor en la lentitud, en la complejidad y en el conflicto intelectual.

No se trata de frenar la innovación, sino de orientarla. Porque si la tecnología es la herramienta, el humanismo debe ser la brújula. En un ecosistema digital saturado de estímulos, recuperar el legado de Vargas Llosa es también recuperar la idea de que la libertad —y no la eficiencia— es el objetivo final del progreso; y que sin lenguaje, sin pensamiento crítico, sin cultura, no hay libertad que sobreviva a la automatización.

La tecnología seguirá avanzando. La pregunta es si avanzaremos con ella como ciudadanos conscientes o simplemente como usuarios pasivos.

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