Uno de los problemas que tiene Europa a la hora de realizar la transición hacia la cuarta generación de telefonía móvil (LTE) es la necesidad de que los terminales, bien sean teléfonos, bien MODEMs USB, funcionen tanto sobre redes GSM (GSM/GPRS/3G/HSPA) como sobre Long Term Evolution, ya que, de otra forma, nos veríamos obligados a llevar dos teléfonos o dos conexiones mientras se sustituyen todas las antenas. Como es evidente, esto sería absolutamente inoperativo en un continente que tuvo el acierto de enlazar la primera, la segunda y la tercera generación de forma transparente para el usuario.
Otra cosa muy distinta es la situación vivida en los EE.UU donde la diversidad de tecnologías implementadas han frenado la evolución de la telefonía móvil y han generado un caos técnico; tanto, que los americanos mostraban su entusiasmo al mundo cuando algunos teléfonos de marcas renombradas anunciaban conectividad a velocidades que en Europa resultaban ridículas. Por eso, las compañías americanas han adoptado el despliegue de LTE como forma de unificar el sistema de comunicaciones móviles a nivel nacional.
Así mismo, en países en vías de desarrollo, los operadores optarán por saltarse una o dos generaciones y desplegar directamente infraestructura de cuarta generación que ofrecerá servicios apabullantes que facilitarán la amortización de las inversiones rápidamente.
Con este panorama, es evidente que en Europa, a pesar del desarrollo de estaciones base duales y del anuncio de chips que permitan la transición entre las diferentes generaciones, llegaremos a una cobertura total LTE con años de retraso con respecto al resto del mundo, ya que los operadores optarán por evolucionar las redes ya existentes y ofrecer anchos de banda suficientes -aunque no espectaculares- a través de HSPA+ (hasta 75 Mbps).
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